lunes, 14 de febrero de 2011

¿Educar con manga ancha o con puño de hierro?

La mayoría de nosotros no estará de acuerdo con ninguna de estas dos afirmaciones y seguramente nos vendrá a la cabeza la tan manida frase de que todos los extremos son malos. Sin embargo hay aspectos sociales en que esa posición intermedia ideal y alejada de extremismos no acaba de cuajar. Y es que con la educación y a la luz de los resultados del último informe PISA, se evidencian dos estilos muy diferentes.

Por un lado tenemos a China y a Corea del Sur, ubicados en los primeros puestos y que se caracterizan por tener un sistema educativo muy rígido y exigente. De hecho esta última por fin ha desbancado del primer lugar a Finlandia, nuestro modelo por excelencia de sistema educativo que funciona. Y por otro lado, algunos países occidentales desarrollados cuyos resultados se sitúan por debajo de la media de la OCDE, y en los que se revela una acuciante crisis educativa.

El nivel de exigencia de estos sistemas educativos asiáticos ha sido muy criticado últimamente, debido a la publicación de un libro que se ha colado en la lista de los 10 más vendidos en EEUU: Himno de batalla de la madre tigre. No es un gran libro, pero es interesante la narración que hace la autora china Amy Chua, de como educó a sus hijas en una estricta disciplina, exigiéndoles notas siempre sobresalientes y tocando el piano y el violín por considerarlos instrumentos que forjan el carácter.

La autora considera que la práctica tenaz, es crucial para conseguir la excelencia y afirma que "las familias occidentales se preocupan más por la autoestima de los niños que por su esfuerzo personal" y en la misma línea tenemos afirmaciones como estas: "una madre china sabe que nada resulta divertido hasta que se domina", "hay que trabajar duro y los niños nunca quieren trabajar, por eso tenemos que decidir por ellos", "cuando los padres occidentales creen que están siendo estrictos con sus hijos, ni siquiera se acercan a las madres chinas". La idea general que transmite el libro es que las familias occidentales al no imponer disciplina a sus hijos acaban convirtiéndoles en adultos frágiles, inestables, incapaces y vagos.
Para el caso, España, que dobla la media de la UE en abandono escolar, empatando con Portugal y solo superada por Malta. Todo esto sin lograr reducir su tasa de abandono que se sitúa en un 31,2% (jóvenes entre 18 y 24 años que han dejado de estudiar), mientras la media de los veintisiete se ubica en un 14,4%.

Lo anterior nos lleva nuevamente al título de este post y obliga a pensar en la pertinencia de diseñar un sistema intermedio que sepa combinar una educación de calidad, con el mantenimiento de normas y disciplina, donde se logre una revalorización de la figura del profesor y que a la vez permita el pleno desarrollo personal y emocional de los alumnos.

Esta claro que no nos interesa un sistema como el de Corea del Sur, donde la excesiva presión que recae sobre los jóvenes hace que registre la tasa más alta del mundo de suicidio en adolescentes, pero también esta claro que no podemos continuar impasivos ante la situación actual que se vive en nuestras aulas, donde todo es un dejar hacer sin rumbo fijo.


Esto no es del todo desacertado e incluso un experto en educación como M. Fernández Enguita, ha afirmado que cierto pedagogismo occidental ha llevado las cosas al extremo. Otros muchos expertos coinciden en señalar la falta de disciplina y pérdida de valores como detonante del poco éxito obtenido por los sistemas educativos de muchos países occidentales.

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